miércoles, 23 de enero de 2008

ORGASMO MENTAL

Ella, por primera vez, se miraba en el espejo que tenía en la habitación. En esos momentos estaba sola. Hasta el aire se volvió calido y se introdujo por los senderos de su frágil cuerpo. Llevaba mucho tiempo dominando sus impulsos y hoy, por fin, se animó a ponerlos en práctica. Nunca se atrevió a quedarse totalmente desnuda ante un espejo. Quiso experimentar todo aquello que en su cabeza tenía y fantaseaba y que pudiera reportarle placer. Se dispuso a ello.

Empezó por explorar todas las partes sensibles de su cuerpo. Imaginativamente hundió sus suaves manos masajeando la cabeza, bajó hasta la nuca, recorrió sus avellanados ojos, la redondez del lóbulo de la oreja izquierda donde estaba adornado con dos pendientes, después el otro lóbulo donde se entretuvo en formar círculos alrededor del pendiente. Eso hizo que todo su cuerpo vibrara. Y sus diminutos pechos robustecieran poniéndose sus oscuros pezones dulces como bombones a punto de derretirse. Sus labios del color de la frambuesa se entreabrieron de placer. Su imaginación fue bajando lentamente por el cuello como pluma bamboleada por el susurro del viento. Se entretuvo en los pechos, esos pechos desnudos que ella miraba en el espejo y no reconocía, aquellos pezones de chocolate que poco a poco se iban poniendo cada vez más duros. Seguido se posó en el vientre, llegó hasta el pubis, poblado de una mata negra aunque de suave vello. Sentía su sexo con una ligera humedad pegajosa como la miel que a ella le gustaba notar. Todo lo hacía paulatinamente, sin prisas, tenía todo el tiempo que quisiera para conseguir una exhaustiva exploración y conocerse bien palmo a palmo.

Fue bajando hacia el interior de los muslos, esos muslos dorados como el sol que desprendían fuego. Acarició sus ingles, palpando sutilmente aquellos labios que se notaban ansiosos de ser tocados. Siguió en una huida parsimoniosa por sus piernas, dejándose apreciar cada milímetro de su aquietada piel, hasta llegar a los dedos de los pies. Era un estremecimiento maravilloso lo que le producía el viaje por su cuerpo, sintiendo ese placer infinito, que puso en alerta todos los poros de su dúctil epidermis.

Transitaba por cada milímetro de su angelical cuerpo, con cuidado y con la intención de darse toda la ternura que era capaz de brindar a los demás.
Ella se acariciaba con la mente, no tenia manos, tampoco las necesitaba para explorase. Verdaderamente se sentía conforme, orgullosa, su cuerpo obtenía una de las mejores experiencias, y una descarga de truenos bulliciosos e persistentes sonó por todo el inmenso universo. De esta forma sintió el orgasmo más agudo, y logró demostrarse así misma, que el goce no necesariamente se encuentra entre las piernas, si no en nuestro cerebro.

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