jueves, 3 de julio de 2008

Olores en el metro de Madrid

Me envuelve una nube con olor a humanidad. Los cuerpos con el calor desprenden un olor especial. La mayoría huelen a sudor limpio de un cuerpo lavado y perfumando, por las mañanas, cuando aun el sol no abrió sus ojos y las estrellas terminaron de juntar sus largas y tupida pestañas, apagando su hermosura para de nuevo en la noche mostrarnos su belleza.
Hay olores suaves a carne fresca. Otros olores a marranos de corral :-) y digo de corral porque su olor es más concentrado que el cerdito que está suelto por los prados y sierras. Éste al menos se restriega de vez en cuando con las jaras, tomillos y flores de todo tipo.
Normalmente los sobacos de las mujeres no huelen mal, y digo normalmente. Pero como te toque al lado de un negrito de piel, y cuidado, no todos, que yo a veces voy haciendo la prueba del algodón con mi nariz :-). Hay algunos moretitos que como tengas la mala suerte de que tus napias caigan a la altura de su sobaquera, puedes incluso hasta perder el conocimiento. Y también hay blanquitos de piel y de alta gama, de esos que van con corbata, gomina y portátil encadenado a las muñecas, tal vez no tengan olfato y de ahí su mala higiene. En fin un revoltijo de aromas a macho cabrio.

Ahora con el calor, se ven unas melenas que parecen colas de caballos en los sobacos de algunos hombres. Aun no vi a ninguna mujer con pelos de más de un centímetro. Sin embargo, algunos sobacos varoniles, parecen la selva de Tanzania. Se pueden camuflar monos, elefantes con enormes y afilados colmillos de marfil, cocodrilos y hasta un ejercito de 1000 soldados.

A veces me entran ganas de montar una peluquería en pleno vagón del metro, y a todo hombre con camiseta de tirantas que va agarrado a la barra, liarme ha hacer trencitas sobaqueras
:-) :-):-)

Cuando hay un olor muy, muy fuerte de dejarme sin sentido, le doy permiso a mi nariz para que sea traviesa y vuele. Y ella muy obediente se sitúa en una pradera de heno recién cortado. Y el techo del metro se llena de golondrinas que bajan casi rozando con sus alas el suelo y en su revolotear, el olor a heno fresco inunda el paisaje y mi nariz aletea de felicidad.
Otras veces sueño despierta que estoy en plena mar y al abrirse las puertas del metro, entran olas gigantescas que perfuman todo con olor a sal. La brisa mueve mis cabellos y el vagón del tren se convierte en las profundas aguas llenas de peces de colores, delfines que juguetean y me pasean en sus lomos. Pero solo son pensamientos que duran poco tiempo, de nuevo llegan a mi nariz una combinación de olores tan fuertes como el éter, que me dejan sin sentido

Por fin un caballero de piel tostada y alguno de piel blanca, salen del vagón y su olor a sudor de cloacla, se lo va llevando poco a poco el aire que entra a borbotones por los bajados cristales del metro de la línea 6, va renovando el ambiente.


Perfumemos el ambiente con belleza.